VIDA ENTRE LOS PATAGONES. CÓMO ERAN.
Quedan pocos vestigios respecto de cómo era la sociedad tehuelche de mediados del siglo XIX. En la colonia Camusu Aike (sur de Santa Cruz) se está recuperando el idioma y gran parte de su cultura. Pero es una tarea lenta y ardua para las nuevas generaciones. Los mayores fueron obligados a adaptarse al mundo blanco o desaparecer. Este final fue anticipado por los principales caciques de entonces. Esto es lo que recoge el libro "Vida entre los Patagones", de Georges Ch Musters, quien convivió y habló con ellos sobre su vida y su futuro, durante 4 meses de 1869. En este blog pueden consultar Camusu Aike: Los Tehuelches y el largo camino de recuperar la palabra. Luego podrán comparar ambas épocas.
Grupo familiar tehuelche preso en Puerto Santa Cruz, antes de ser embarcados hacia Buenos Aires. |
Georges Chaworth Musters (1841-1879) fue un marino, explorador y escritor
inglés, pero nacido en Nápoles. Hijo de una militar, se enroló en la marina
británica en 1854 y al poco tiempo partió hacia Sudamérica. Abandonó la Armada para
instalarse como criador de ovejas en Uruguay. En 1869 partió hacia las islas
Malvinas y luego siguió viaje a Punta Arenas. Se unió a una partida militar
chilena y hacia mitad de año llegó a la isla Pavón, en la desembocadura del río
Santa Cruz. Se instaló en el almacén del comandante Luis Piedra Buena y
consiguió ser aceptado en una caravana de
tehuelches que cazaba y comerciaba con los blancos.
Viajó 4
meses por la Patagonia meridional junto a los caciques Orkeke y Casimiro Biguá.
Recorrió las orillas del río Santa Cruz hasta la cordillera. Luego ascendió
hacia el norte hasta Esquel, en un recorrido similar a la actual ruta 40. En el
Neuquén conoció al cacique Foyel y
entabló amistad. El libro de Musters es el resultado de 4 meses de convivencia
efectiva con los tehuelches. Una crónica directa que refleja plenamente la vida
de este pueblo y la preocupación de sus caciques por el futuro, al que
avizoraban tal como sucedió después.
En la foto
que ilustra esta nota (copia del Archivo General de la Nación) están el cacique
Casimiro Biguá y su hijo, Sam Slick, quien hablaba tehuelche e inglés fruto de una
larga estadía en las Malvinas. Así, Musters se comunicaba en su lengua madre y
hablaba castellano con su padre. Esta anécdota de comunicación, es reveladora
de las consecuencias inmediatas que tenían – en ese momento – las condiciones
del contacto entre las tribus originarias de
la Patagonia y la lenta invasión del hombre blanco.
Lo que sigue es una síntesis de las apreciaciones de Musters.
Vida entre los Patagones
Un año de excursiones por tierras no frecuentadas, desde el Estrecho de Magallanes hasta el Río Negro
Por G. Ch. Musters
Comandante retirado R.N.
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Georges Chaworth Musters, At Home
with the Patagonians, a year’s wanderings over untrodden ground from the
straits of Magellan tu the Río Negro. Un volumen en 8º, XIX + 340
páginas, con mapa e ilustraciones. Londres, 1873. Traducción de Arturo Costa
Álvarez.
El
Prefacio de la primera edición está firmado por el autor el 1 de septiembre de
1871. Los acontecimientos que se narran ocurrieron en el año 1869.
La
edición que se cita es de 1911, de la colección Biblioteca Centenaria de la Universidad de La Plata e impreso por la Imprenta Coni Hermanos de
Buenos Aires.
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Prefacio
“A otros, a los que tal vez esperan ávidamente
relatos de impresionantes aventuras y de escapadas
milagrosas, por el estilo de las que se acostumbra presentar como casos
corrientes de la vida salvaje, sólo puedo decir que espero que esta relación
fiel de vida hecha entre los indios durante todo un año, aunque no muy
sensacional, servirá al menos para familiarizarnos realmente con los
Tehuelches”.
Introducción
“Trescientos cincuenta años hace que el gran
navegante Magallanes ancló en un puerto del lado oriental de una costa
desconocida, parte del litoral del vasto continente de Sud América, al que dio
el nombre de San Julián.”
Refiriéndose a Magallanes dice: “A los dos meses de su arribo a puerto San Julián, un hombre de
gigantesca estatura apareció en la playa, “más grande y más algo que el hombre
más corpulento de castilla”. Diez y ocho naturales llegaron después, cubiertos
con mantas de pieles, y calzados con zapatos de cuero de guanaco, que hacían
enormes huellas, por lo que los españoles los llamaron “patagones”; de modo que
el nombre del país, Patagonia, tiene su origen en un mote. Esos hombres usaban
arcos y flechas, y llevaban consigo cuatro guanacos cachorros, con los que
atraían a los adultos hasta ponerlos a tiro.”
(....) “Lo que se vio de ellos bastó para suministrar a Pigafetta
algunos detalles. “Sus tiendas eran armazones livianos y movibles, cubiertos de
pieles; sus caras estaban pintadas; su andar era muy rápido; tenían
instrumentos de pedernal con filo, y comían la carne casi cruda”.
Hace referencias a comentarios de
Sir Francis Drake: “Hacia 1578 Sir Francis Drake ancló cerca de Puerto Deseado y escribió lo
siguiente: “Tienen en un palo largo un penacho de plumas de avestruz lo
bastante grande para ocultar al hombre que está detrás, y con eso cazan a los
avestruces”. Y agrega: “No querían estar
con ninguno de nosotros sino cuando se consideraban garantizados por su dios Settaboth.
No se cortan nunca la melena, de la que hacen un depósito para todas las cosas
que llevan consigo: un carcaj para flechas, una vaina para cuchillos, un
estuche para escarbadientes, una caja para palos de encender fuego, y qué sé
yo; les gusta bailar con sonajas puestas alrededor de la cintura; su cuerpo es
limpio, garboso y fuerte, y son ágiles de pie, y gente muy activa, jovial y
buena. Magallanes no estuvo tan equivocado al llamarlos gigantes, pero no son
más altos que algunos ingleses”.
Se refiere Musters a la introducción
del caballo: “Al año
siguiente, Sarmiento (se refiere al
español Sarmiento de Gamboa) fue enviado del Callao para que explorara el
estrecho en busca del intrépido inglés. Vio naturales que hacían sus cacerías a
caballo y volteaban la caza con bolas. Pero habían transcurrido ya cincuenta
años desde que los españoles del Río de la Plata habían importado caballos, y los indios del
extremo sur se habían hecho jinetes y parecían haber cambiado sus arcos y
flechas por boleadoras.”
Para Musters, hacia 1870 los tehuelches todavía eran desconocidos: “Esta relación breve, pero aburrida tal vez, tiene
por objeto demostrar que, a pesar de que las costas de la Patagonia habían sido
exploradas y demarcadas, el interior del país, no obstante las expediciones de
Viedma y de Fitz-Roy, seguía siendo hasta hace poco casi desconocido. Sus
habitantes, los tehuelches, habían sido tratados muchas veces, se había anotado
su estatura y se había encomiado su carácter amistoso; pero sus verdaderas
prácticas de vida en sus andanzas a través del país, y sus afinidades o
diferencias con los indios araucanos y pampas, se mantenían casi en el mismo
misterio en que estaban el siglo pasado.”
“Durante los últimos treinta años, los gobiernos de
Chile y de Buenos Aires han estado manifestando tendencias a reivindicar la
posesión de la costa; el primero, tratando de avanzar del estrecho al norte, y
el último, de Patagones adelante; y los naturales han reconocido siempre la
influencia de alguno de los dos gobiernos, según el punto donde se encontraran,
ya en la parte norte, ya en la parte sur del país. Nuestros misioneros, por su
lado, no han dejado de hacer en la
Patagonia algunos esfuerzos para instruir y evangelizar a los
patagones; y, aun cuando estos empeños se han limitado necesariamente a la
costa, los frutos de la estancia de Mr Schmidt subsisten entre los Tehuelches,
tanto en los sentimientos amistosos de éstos, como en el duradero esfuerzo que
representa el vocabulario del lenguaje tsoneca publicado por él. El trato de
esos indios con argentinos y chilenos, y sobre todo con oficiales ingleses –
loberos y misioneros sucesivamente – que han dado todos un testimonio favorable
de su carácter, ha tendido a hacerlos más accesibles y a facilitarles el trato
con los extranjeros; por lo que bien puedo pensar que, al nombrar a todos los
que he citado como antecesores míos, no he hecho más que cumplir un deber de
viajero que ha experimentado los sentimientos amistosos de los naturales para
con los extranjeros, muy particularmente siendo éstos de nación inglesa”.
Capítulo 1 - Del Estrecho a Santa Cruz
“Entonces, Jaria pegó fuego a un arbusto cercano,
que soltó densas nubes de humo negro, y a los pocos minutos respondieron a esta
señal en la misma dirección que habíamos observado antes. Se avistó al fin un
jinete que venía galopando hacia nosotros y que resultó ser un indio llamado
Sam, hijo dejo del jefe Casimiro, a quien se cita en los informes misioneros.
Después de conversar un corto rato con Jaria y Gallegos, el recién llegado se
volvió hacia mi, diciendo en inglés: “¿Cómo está usted? Yo hablo un poco de
inglés”. Lo había aprendido durante una visita a las Falkland, donde también
había adquirido su apodo de Sam Slick. Luego, se alejó a todo galope, para
traer a sus compañeros, que estaban ocultos a nuestras miradas en una hondonada
inmediata. La partida se componía de dos hombres, un muchacho y dos mujeres,
todos montados, y que al parecer acababan de cazar, porque traían consigo
bastante carne de guanaco. Hicimos alto junto a un matorral, y en pocos minutos
el fuego estuvo encendido. Mientras circulaba la pipa, tuve oportunidad de
observarlos detenidamente. Los hombres eran lindos tipos de musculatura. Uno de
ellos, a quién llamaban Enrique, era fueguino; antes, creo, había sido cautivo,
pero entonces era doctor, o brujo. Viajaba con esa partida, segregado del resto
de la tribu, porque se le acusaba de haber causado la muerte de un jefe. El
otro, más alto que todos los demás, era un tehuelche. El muchacho tenía una
expresión viva e inteligente, y, según supe después, don Luís Piedra Buena lo
había tenido con él un tiempo, inútilmente empeñado en enseñarle el español.
Todos eran muy afables, y me obligaron, a mí especialmente, a aceptar más carne
de lo que podía llevar; pero había cierto embarazo visible en sus maneras,
debido probablemente a que pesaba sobre su conciencia algún trato con los
desertores, a quienes, según les aconsejó Jaria, debían despedir dondequiera
que llegaran a encontrarlos. Las mujeres llevaban botellas de agua, que nos cedieron en
seguida, con gran alivio y satisfacción nuestra, pues todos estábamos abrasados
de sed.
Capítulo II - Santa Cruz
Se aclara la situación y circunstancias que se dan para estos párrafos.
Musters llega con su grupo a la isla Pavón, en la
desembocadura del río Santa Cruz, donde el comandante Luís Piedra Buena tiene
un asentamiento, por intermedio del cual habrá de integrarse en un grupo de
indios tehuelches para recorrer durante un año la Patagonia.
“Como a mediodía, Casimiro, titulado jefe de los
tehuelches, y padre de Sam Slick, llegó de una excursión de caza, montado en un
caballo alto y bien formado, y trayendo un guanaco sobre la montura. Me
presentaron a él ceremoniosamente, y se le expusieron en detalle mis planes y
propósitos. Poco después llegó también Orkeke, el cacique de la partida de
tehuelches del norte, acampados en el río Chico, cuyo consentimiento era
necesario para que pudiera yo acompañar a esos indios en ese viaje”.
Sam Slick (izqda) Casimiro Biguá (dcha) |
Refiriéndose al cacique Orkeke dice: “Mucho me impresionó el porte grave y solemne de
este. Ante su estatura de seis pies cabales y su proporcionada musculatura,
nadie habría sospechado que el hombre había cumplido ya sus 60 años; y, cuando
saltaba sobre un caballo en pelo, o dirigía la caza, desplegaba una agilidad y
una resistencia iguales a la de cualquier otro más joven. Su abundante cabello
negro estaba levemente veteado de gris, y sus ojos brillantes e inteligentes,
su nariz aguileña y sus labios delgados y firmes eran muy diferentes de lo que,
según la idea corriente, son las facciones patagónicas; una frente achatada
afeaba un poco la expresión de su rostro, que, sin embargo, era seria y
meditativa, y a veces notablemente intelectual. Los meses que pasé en su compañía
me dieron después amplia ocasión para estudiar sus facultades reflexivas, que
eran grandes, y que a menudo encontraban expresión en dichos enérgicos y
graciosos. Aunque era particularmente limpio en sus ropas y aseado en sus
costumbres, era víctima, como todos los indios, de los parásitos; y una noche
me despertó para fumar, y, después de dejarse estar sentado un rato, abstraído
al parecer en profundos pensamientos, me dijo: “Musters, los piojos no duermen
nunca”. A veces, pero muy de tarde en tarde, se permitía embriagarse; pero
nunca reñía, y era cosa entendida que, en caso de orgía general, él y su
hermano Tankelow debían conservarse serenos para proteger a sus familias.”
Refiriéndose a la actividad del asentamiento con los indios dice: “He dicho ya que el establecimiento existía como
depósito para la caza de lobos, y como factoría a la que acudían los tehuelches
a cambiar sus plumas de avestruz y sus pieles de puma, guanaco y avestruz, por
tabaco, azúcar, municiones y, sobre todo, aguardiente. Poco o ningún comercio
se hacía mientras duraba la ausencia de la goleta, porque todos los artículos
se habían agotado; pero después de la campaña de verano algunos tehuelches van
allá invariablemente, y las inmediaciones han sido siempre un sitio preferido
para sus cuarteles de invierno. Los misioneros Schmid y Mart trataron de
aprovechar esta oportunidad para intentar la conversión y civilización de los
indios. En 1863 residieron por un tiempo en un punto próximo a Wedell Bluff,
como a diez millas de la boca del río”.
Sobre los problema del alcohol de los indios y su destrucción como
civilización dice: “Mr.
Schmid sintió que la atracción opuesta del aguardiente que suministraba un
traficante que visitaba el río destruía notablemente su influencia, pero es
indudable que su depósito, si se hubiera establecido, no habría tenido ninguna
probabilidad de triunfo contra cualquier competidor que suministrara
aguardiente a sus parroquianos; porque, aunque hay muchas excepciones, los
indios invierten de muy buena gana en bebida los frutos de su caza y de su
industria. Sin embargo sus mujeres, cuando los acompañan, cuidan de manejar los
asuntos con discreción y reservan lo suficiente para adquirir superfluidades
más útiles e inocentes, así como cosas necesarias. Es indudable que, en caso de
que se desarrollara en lo futuro, esta colonia podría servir de punto de apoyo
para elevar a los tehuelches al nivel de un método de existencia más culto;
pero las consideraciones de este género no son de mi resorte, y hora es ya de
presentar a los miembros de la partida con quienes pasé agradablemente mi
invierno en la isla Pabón”.
Capítulo VI - De Teckel a Geylum
Diálogo con el cacique Foyel sobre lo que opinan los indios de su relación
con el blanco. “El cacique inició entonces una conversación
a propósito de los indios y sus relaciones con los blancos. Declaró que estaba
en favor de un comercio amistoso tanto con los valdivianos del lado occidental
como los argentinos en las costas orientales. Voy a citar algunas de sus
palabras textuales: “Dios nos ha dado estos llanos y colinas para vivir en
ellas; nos ha dado el guanaco, para que con su piel formemos nuestros toldos, y
para que con la del cachorro hagamos mantas con que vestirnos; nos ha dado
también el avestruz y el armadillo para que nos alimentemos. Nuestro contacto
con los cristianos en los últimos años nos ha aficionado a la yerba, al azúcar,
a la galleta, a la harina y a otras regalías que antes no conocíamos pero que
nos han sido ya casi necesarias. Si hacemos la guerra a los españoles, no
tendremos mercado para nuestras pieles, ponchos, plumas, etc.; de modo que en
nuestro propio interés está mantener con ellos buenas relaciones, aparte de que
aquí hay lugar de sobra para todos”. Siguió hablando luego, y dijo que estaba
procurando hallar un camino para Valdivia que no pasara por Las Manzanas, ni
por la tribu de los indios Picunches, que están contra todos los extranjeros; y
que, si podía, iba a traer familias de indios valdivianos para cultivar algunos
de los valles situados e inmediaciones del río Limay.
Capítulo VII - Las Manzanas
Hablando en castellano con un indio viejo, hermano del cacique Quintuhual,
sobre el futuro de los indios, Musters escribe: “Después de un rato de conversación sobre el tema,
se sirvió la comida, y el indio pasó entonces a preguntarme mi opinión sobre el
trato que los indios estaban recibiendo de los que él llamaba “españoles”,
diciendo que los chilenos estaban invadiendo las tierras por un lado y los
argentinos por el otro, a causa de lo cual los indios se verían barridos en
breve de la faz de la tierra, o tendrían que pelear para defender su
existencia. “
Fotos: Archivo General de la Nación
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